lunes, 19 de octubre de 2009

FALTA DE CONCENTRACIÓN PERMANENTE


Si llegara la profesora con el pelo verde y la expresión de una manzanita todavía sin madurar. Si llegara con el pelo verde: acaso los marcianos han emprendido la conquista de este planeta y—recordémoslo—los marcianos son verdes por no se sabe qué mecanismo de su metabolismo que difiere del de los humanos. Acaso los marcianos han decidido que tu profesora, cuya cabellera verde te podría recordar un campo vertical de fútbol, sea el primer humano en sufrir la metamorfosis final, la que nos convertirá en vegetales, lechugas andantes, espárragos airosos, acelgas con tacones, puerros tristones y en chándal, altos ejecutivos que son, sin más, pepinos libidinosos, niña col de Bruselas, insignificante, con ese gorrito de lana.
Después de la metamorfosis, el mundo es una gran marmita con la que preparar la sopa. Los ingredientes somos nosotros (ahora, ya convertidos en vegetales, nos pasamos las horas al sol, como las lagartijas, porque el sol nos alimenta directamente, ya sabéis todos la explicación de la fotosíntesis) y los comensales llegarán masivamente en sus platillos volantes dispuestos a sorber y devorar sus cremas de verduras.
Si la profesora llegara un día con el pelo verde sería como uno de esos sauces llorones que en el parque sirven como libros para las palabras de amor de cuantos estudiáis en este instituto: Pedro y Paloma, se querrán para siempre. Otras inscripciones intolerables, políticamente incorrectas, dice la profesora: Písame el corazón y la ó ya es un corazón grabado y la tilde una flecha malintencionada de Cupido.
Uno de esos sauces llorones: en su espesura, entre lágrimas verdes y agitadas por el viento, escondidos los dos como nuevos Adán y Eva, declaraste tu amor a esa chica que este año se ha mudado a Alicante por aquello de la crisis global que ha herido mortalmente a tu ciudad desde hace tres mil años.
Ella había encontrado una seta, eso decía, al venir a clase, ayer por la mañana. Os agachasteis los dos al mismo tiempo, la seta no era tal sino el tapón de plástico de un zumo de manzana. Se reía cuando tus labios chocaron con sus dientes. Te lastimaste, tus labios sangraban, y ella, a carcajadas, te golpeó la frente: gilipollas, por poco me metes la nariz en la boca.
Si llegara la profesora con el pelo verde, podríais comenzar un debate, una discusión de esas que terminan siempre con reseñas de cómics y mangas japoneses. O con la narración sincopada de alguna película de terror (toneladas de vísceras de animales que surgen de la barriga abierta de un mayordomo)
Pero llega ella, recién aprobadas las oposiciones. Y viene con su pelo con forma de casco de acero negro. El rostro impoluto por aquello de los potingues nocturnos, con irisaciones verdeazuladas, tornasoladas casi fosforescentes. Trae debajo del brazo los exámenes y, después de algunos rodeos, algunas advertencias, algunos objetivos de clase programados para la sesión escolar de hoy, lee los resultados de los exámenes, te endilga, de pasada, un suspenso y el mundo continúa en su eje.
Si ella llegara con el pelo verde, seguro que en el mundo habría más poesía y gente como tú se ganaría la vida auscultando nubes. O explorando las praderas cítricas de la luna de Valencia. O babeando como un caracol en una agradable pradera de las tierras de Babia.
VOLVER A LOS DIECISIETES,
Violeta Parra.
Volver a los 17, después de vivir un siglo
es como descifrar signos sin ser sabio competente.
Volver a ser de repente, tan frágil como un segundo,
volver al sentir profundo como un niño frente a Dios.
Eso es lo que siento yo, en este instante fecundo.
Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra.

Mi paso ha retrocedido cuando el de ustedes avanza.
El arco de las alianzas ha penetrado en mi nido,
con todo su colorido se ha paseado por mis venas
y hasta la dura cadena con que nos ata el destino,
es como un diamante fino que alumbra mi alma serena.
Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra.
Lo que puede el sentimiento no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder, ni el más ancho pensamiento.
Todo lo cambia el momento cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente de rencores y violencias.
Sólo el amor con su ciencia nos vuelve tan inocentes.
El amor es torbellino de pureza original,
hasta el feroz animal susurra su dulce trino.
Detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros.
El amor con sus esmeros al viejo lo vuelve niño.
Y al malo sólo el cariño, lo vuelve puro y sincero.
De par en par la ventana, se abrió como por encanto,
entró el amor con su manto como una tibia mañana.
Al son de su bella diana, hizo brotar el jazmín,
volando cual serafín al cielo le puso aretes,
y mis años en 17, los convirtió el querubín.
Se va enredando, enredando, como en el muro la hiedra
y va brotando, brotando, como el musguito en la piedra.
Violeta Parra.
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